Compartimos dos relatos realizados por personas del Centro Educativo Loreto o conocidos de las mismas. El primero es parte de una novela realizada por un anónimo en el que relata los sentimientos de una chica. El segundo es otro relato, una cosmogonía, que trata la creación de las nubes en la mitología griega.
“El hechizo de un beso” – Anónimo.
— Siempre hechizándome, Lene.
Cuando Darlene contempló los cautivantes ojos de Katheryn posarse en los suyos, sintió que eran únicas, las únicas en el mundo.
Sintió más que nunca su amor por ella, como si Cupido verdaderamente le hubiera dado un flechazo. La amaba, sus demonios la volvían loca, su oscuridad conquistaba toda su luz y sus secretos la llenaba de intriga. Estaba profundamente enamorada de ella.
Lluvia suave alrededor y lluvia torrencial en su corazón. La muchacha de anteojos hizo una pequeña sonrisa. Darlene recordó la frase de Shakespeare “Cuando te vi me enamoré y tú sonreíste porque lo sabías”.
El sonido de las gotas de lluvia chocando contra el suelo logró tapar los latidos de su corazón, que se aceleraban al notar lo cerca que sus rostros se encontraban. Con un impulso, la besó cerrando fuertemente los ojos.
Sentía que no podía respirar, el amor la había inundado.
Se separó del beso, aún con sus ojos cerrados. Cuando sintió las frías y suaves manos de Katheryn, tomando los costados de su cara, le devolvió el beso.
“Cosmogonía de las nubes” – Julieta Calvo, Agostina Fernandez Bruno y Micaela Rodi.
Días después de la creación del mundo mortal, los dioses se dedicaron a perfeccionar la naturaleza que los rodeaba. El cielo estaba vacío, inundado por frescas brisas oscuras. Hemera, por la mañana, dispersaba las brumas de la noche para revelar a su hermano Éter, la luz del día. Con intención encantadora, Éter no tomó su trabajo en serio y jugó por los cielos, terminando en una caída desde el Olimpo, conocido como “lo más alto entre lo más alto”. Así se hundió, en el hogar de los mortales, desvaneciéndose entre las maldades predadoras de la tierra.
Impaciente, en busca de la solución a su incertidumbre, inspirado por la suavidad de la lana que los humanos débiles empleaban para cubrir sus pieles en busca de calor, creó su pasaje de vuelta a su hogar.
Por orden de Éter, se posicionaron conjuntos de lana en el aire desde el pico más alto de una montaña, asemejando su apariencia al esponjoso algodón, para construir una escalera que designaría el camino de regreso al cielo.
Ya ascendiendo hacia el Olimpo, aquellas que señalaron el sendero, adoptaron el nombre de “nubes”.
Conteniendo un poder superior a la simple comprensión humana, esta vía de ingreso a la ciudad de los dioses, resultaba ser inaceptable para las divinidades.
Sin embargo, Éter no encontraba necesario prohibirles la presencia de las nubes a los humanos, por lo que persuadió a los cuatro dioses del aire, controladores de brisas y vientos, para que permitieran a los mortales contemplar su belleza.
Bóreas, el viento del Norte, las elevó y las dejó suspendidas en las alturas del inmensurable cielo. Noto, la ráfaga del sur, las manipuló permitiéndoles un movimiento casi voluntario. La supervisión, delegada a Céfiro y Euro, continuó hasta que ellas aprendieron sus rutas y se desarrollaron en el ambiente.
Con el objetivo de facilitar el pasaje de las almas que dejaron sus difuntos cuerpos y vagan perdidas en busca de un destino, las suaves nubes se encargaron de guiarlas al inframundo, el reino de Hades. De esta manera, las nubes descubrieron su nuevo propósito: ser guías del camino después de la vida.
Por Micaela Rodi, Micaela Gonzalez y Julia Dressl.
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