Un llamado a la conciencia

  Muchos te dirán que es el folklore del propio fútbol, otros que es un acto derivado de la mente del hincha más eufórico que puede existir. Sabemos que muchas veces es por el momento, por esa falta mal cobrada, ese offside milimétrico, esa mano que no se vio, ese empujón dentro del área que culminó con un “arriba” de su parte, las faltas en ataque en un córner al minuto 80 que define el partido, y todo para que luego digamos “¿Qué cobró el árbitro?”.

Por Juan Pablo Bevegni, Guillermina González, Luca Navarro, Agustín Pimentel, Micaela Portas, Francisco Russo

Tuve la oportunidad de vivir la experiencia de dirigir el deporte más lindo que existe. Me puse en el papel de aquella persona con camiseta generalmente amarilla o rosa, short negro, botines simples y tarjetas en los bolsillos. No puedo decir que cumpla al pie de la letra con estas cuestiones, pero lo intenté, por lo menos las tarjetas las tenía. Tampoco tuve que dirigir a gente mayor, todo lo contrario, me llamaron para ser autoridad en los partidos de la quinta de ciclo básico, pero como si del amor se tratara, el fútbol no tiene edad.

Para ellos es todo, son partidos importantes, más aún que los del torneo de la propia escuela. Es algo que se da simplemente una vez cada año, teniendo en cuenta que va a llegar un momento donde van a dejar de ir, y van a perder esa oportunidad. Es un torneo donde saben que tienen que dejarlo todo, donde van a sentir que lo mejor es salir jugando por abajo, o tirar el bochazo al 9 o 10, generalmente habilidoso y que se destaca por jugar en un club de barrio, porque se dan cuenta que el pasto roza más lo rústico que lo profesional. Pero ahí están ellos, los 14 jugadores, que por un momento olvidan su edad, y esperan el pitazo del juez para empezar. Y ahí entro yo, como rescate para esas cabezas que piensan que son La Primera de un club de primera división, cuando en realidad hay que traerlos de vuelta a la realidad. 

 Lo que ninguno de ellos ve, las tarjetas y las anotaciones

El torneo se jugó con formato de triangulares, donde los primeros clasificaban a un triangular por el primer, segundo y tercer puesto, mientras que todos los segundos y terceros clasificaban a otros triangulares siguiendo el orden de los puestos. Sumado a eso, al finalizar el torneo de hombres, se toman en cuenta los goles y los puntos de las chicas en su torneo de handball, para poder sacar así un puntaje final que dictaminaba qué curso era el campeón de la quinta, siendo 2°B el mismo.

Cada silbatazo es discutido, cada falta, cada amarilla, cada llamado de atención, como si yo en realidad fuera alguien que sólo quiere entorpecer el juego. En ese preciso instante, donde te vienen a buscar después del pitazo final, es cuando me di cuenta lo complicado que es el trabajo de ellos, no a la hora de arbitrar específicamente, sino también por lo que ellos deben escuchar, y por todo lo que les dirán sin que ellos sepan. Porque nosotros somos así, si se nos presentan adelante, todos cerramos la boca, para mantener tu profesionalismo si sos jugador (pese a que podemos discutir que no siempre se cumple), o para mantener tu dignidad si sos alguien de afuera. Ahora bien, cuando no te escuchan, empiezan los famosos “qué pésimo arbitraje”, “no era falta”, “¿qué cobró?” y entre otras mil frases, donde todos nos creemos técnicos y distinguidos.

Ante este mal trato que tenemos con las personas que no lo merecen, hagamos un llamado. Un llamado para un fútbol distinto. Porque hoy les hablo de un torneo de menores en una parte remota y separada del fútbol profesional. Porque ellos no tienen la culpa, la culpa la tienen los que ven los beneficios económicos y no deportivos, los que hacen predominar la política, los que dañan el deporte, los que roban banderas, los que generan conflictos en un ambiente de familia, los que destrozan vestuarios, la inevitable corrupción, las “bandas” que se ponen la máscara de hinchas cuando en realidad no son más que aprovechadores con camisetas, entre otras cosas desagradables.

Este deporte tiene que ser el lazo de unión entre todos nosotros, entre los equipos, entre los jugadores, entre las familias y entre todo el pueblo argentino. Son contados los días que quedan para Qatar, y en años donde todo parece que va para peor, lo poco que nos une son esos festejos que sólo ellos nos pueden dar. A veces quiero volver a esos días, a esa noche de pinceladas de De Paul, a la emboquillada olímpica de un ángel y a la búsqueda singular de nuestros ojos a esa persona que la merecía más que cualquier otro.

 

No embarremos más la cancha, pongamos como objetivo contribuir para el folklore de algo que realmente nos une, porque si uno lo mira en retrospectiva, se da cuenta que al final, los árbitros no tienen la culpa.

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