Cadáver exquisito literario

¿Qué pasa cuando un grupo de autores deben tomar una oración y, en base a eso, ir turnándose para escribir la continuación de la historia del otro? En este artículo, eso es exactamente lo que le proponemos a algunos de los escritores del ciclo superior de la escuela, ¡veamos (o más bien, leamos) el resultado! 

Cadáver exquisito literario

Por Shantal Jorge.

 

Una persona, en un trozo de papel, comienza a escribir (o dibujar). Cuando termina, dobla la hoja para que el siguiente participante sólo pueda ver las últimas líneas (o trazos del dibujo). A partir de esa base, tiene que seguir escribiendo, repitiendo el proceso tantas veces como el número de gente que esté participando. En eso consiste un cadáver exquisito.

¿De dónde viene su nombre? Al parecer, la primera vez que se reunieron para jugar los primeros surrealistas, allá por 1925, llegaron a una frase muy especial: “El cadáver exquisito beberá el vino nuevo”. Les gustó tanto que decidieron llamar de esta manera a su nuevo juguete lingüístico.

Así que a partir de una oración disparadora, veamos qué ocurre cuando ciertos estudiantes del ciclo superior de Loreto participan en este interesante ejercicio.

Las gotas de lluvia mojaban el piso a mi lado. La tormenta no parecía querer cesar.

Me encontraba hace más de dos horas esperando el tren que me llevase a casa. A mi alrededor podía notar la intranquilidad presente en las personas que estaban en mi misma situación. Caminaban de aquí para allá, algunos en círculos, otros en línea recta. Lo que sí puedo asegurar es que era verdaderamente extraño aquel retraso tan prolongado. Para colmo, el paraguas que llevaba conmigo no me era ya lo suficientemente útil. En mi celular no paraba de sonar el ringtone predeterminado que nunca me había molestado en cambiar. Estaba claro que mi mamá, mis hermanos y mi papá se preguntaban entre ellos, preocupados, cuándo iba a llegar a mi hogar. 

Me subí al tren chocando contra otros pasajeros. No había asientos libres por lo que me quedé parada, agarrándome con fuerza de un barandal sobre mi cabeza. Era muy consciente de las personas a mi alrededor, atenta a cada uno de sus movimientos. El niño llorándole a su madre, pidiéndole golosinas; una anciana, unos asientos más adelante, sacando una bolsa con caramelos para darle; y el hombre detrás de mí cuya mirada me ponía nerviosa. No veía la hora de bajarme.

El celular volvió a sonar, lo apagué. Sentía muchos ojos encima mío, seguramente los estaba imaginando, o no. Saqué un libro, pero me era imposible leer parada. Se liberó un lugar para sentarse en una esquina cerca de la puerta que cuando se abría dejaba entrar gotitas de lluvia que mojaban las hojas. Levanté la vista hacia el asiento frente a mí, ya cansada de que la tormenta interrumpiera mi lectura, y quedé paralizada. No podía ser.

El miedo se apoderó de mí, de repente el llanto, los gritos, se desvanecieron como si hubiera visto al mismísimo demonio. No pude ocultar mi estupefacción e inmediatamente sus penetrantes ojos me escudriñaron, una mirada desagradable. Solo deseaba que todo fuera una pesadilla. Pero sin importar cuánto me pellizcara, no lograba despertar.

Corrí por los pasillos desenfrenadamente, pidiendo perdón cada tanto cuando chocaba algún hombro. Sentía su respiración en mi nuca cada vez más cerca. Me llevé puesta una puerta que dividía los vagones y caí abruptamente al suelo. Noté que el tren ya había parado en alguna estación y bajé sin pensarlo. Pero afuera no había nada. Ni nadie. 

Recorrí las calles de aquella ciudad buscando a algo o a alguien. La lluvia ya se había detenido y, en su lugar, se asomaban las estrellas que parecían hechas de diamante de lo mucho que brillaban. Sin embargo, yendo hacia el sur, a pesar de que mi reloj marcaba las 22:20, el cielo tenía colores cálidos, indicando la entrada de un nuevo amanecer. 

Creí estar en un lugar imaginario, que sólo estaba viendo lo que mi cerebro deseaba que viera, pero en ese momento lo único que quería era encontrar a cualquier persona y, aún con esa ilusión desesperada, mis ojos no lo proyectaban. En ningún momento detuve mi correr, estaba con el terror recorriendo mi cuerpo y el tiempo fallándome una vez más. Seguí con mis instintos a flor de piel, más agudos de lo que jamás han estado. No sé si esperaba que aquella bestialidad me atrapara o realmente tenía la esperanza de que terminase bien, pero si no encontraba a nadie pronto tendría que enfrentarme a él y hacerme de la mayor valentía que pudiera caberme.

Luego de un buen rato, ya con mis piernas cansadas de tanto perseguir a la nada misma, de buscar lo que sería imposible de encontrar y de simplemente malgastar mi tiempo por miedo a encarar mi destino, me senté. Sí, simplemente reposé en una de las vagas veredas de la ciudad para reponer mi energía y para enterarme que allí no había absolutamente nada. Exacto, nada. Aquello que creí que aún me seguía no estaba. Miré mi cuerpo: no veía mis piernas, ni mi torso, mucho menos mis manos. Todo a mi alrededor era vacío. 

 

Autores: Agustina González (6°A), Lucía Aranguren (6°B), Casandra Cernjul (5°C), Agustín Fernández (6°A), Shantal Jorge (6°A) y Marianella Tobio (6°A). 

 

Y ahora que ya leíste esta extraña e intrigante historia que se formó, ¿lograste notar dónde comienza y termina lo que escribió cada uno? … ¿te animás a escribir uno con tus amigos/as?

 

Varios estudiantes ya publicaron sus escritos en el diario. ¡Los invitamos a que continúen disfrutando de la lectura tanto como nosotros!

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