ReComiendo Humor al plato

 Los estudiantes de 6ºC les dejaron el postre servido (y bastantes carcajadas también). La mejor despedida de todas y los escritos que no pueden pasarse. 

ReComiendo: Humor al plato 

¡Hora del postre!

Por Federico Ignacio Boggiero, Bárbara Aylén Gelbort y Kiara Ailén Peloso. 

 

¡Bienvenidos una vez más! Ahora, para concluir con nuestra deliciosa comida, les dejamos una variedad de escritos de los estudiantes de 6ºC, que prepararon unas buenas carcajadas para que el postre no los decepcione (prometemos que cualquier integrante de la familia va a reírse), ¡buen provecho! 

 

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¡Bienvenidos al restaurante de Loreto ATR!

“Su princesa”

Lucía Arcidiácono, Morena González Llorca y María V. Sánchez.

 

¿Te acordás cuando tu papá te leía cuentos para dormir? No importaba si era largo, corto, de brujos, de princesas o si le pedías que te los leyera mil veces porque tu parte preferida era el final feliz. Él lo hacía. Aprovechabas que estaba ahí, y de paso le preguntabas de todo. Desde porque el cielo es azul hasta cómo se hacen las milanesas. Él describía, y con lujo de detalles, como a la noche el sol tenía que irse a dormir y al apagar la luz el cielo se volvía azul, y como se empana una bola de lomo para tener la milanesa. Se quedaba sentado al borde de la cama y te prometía: “No me voy hasta que te duermas, chiqui”. Y por más sueño que tuviera, en serio que no se iba. Todo sea para darle el gusto a su princesa. ¿Qué me decís de esas tardes después del colegio? Volvías del contraturno, con los pelos parados y roja como un tomate. ¿Quién era el que se bancaba que, cuando terminaras de hacer las tareas, repitieras como un loro “Me aburro, me aburro, me aburro” hasta que te picaba la garganta? Cualquiera pensaría que estabas cansada. “Un buen baño y a la cama”, te respondía mamá. Pero papá, medio haciéndose el que no quería pero medio queriendo, se terminaba el mate rápido y con una sonrisa te decía: “Vamos a la plaza”.

No lo pensabas demasiado, ibas directo a tu juego favorito y su peor pesadilla. La hamaca. Porque sí, vos no te hamacabas sola. ¿Para qué hacerlo, teniendo al mejor hamacador del mundo ahí con vos? Y tu papá no se quejaba. Te hamacaba tan alto que tocabas las nubes, y durante tanto rato que creía que en cualquier momento se le caerían los brazos. Todo sea para darle el gusto a su princesa.

Ya estaba agotadísimo, era hora de volver a casa. “Un ratito más, pa” le pedías, puchereando. Le podías tanto, que la extenuación de hamacarte, sumada a la de haberse levantado a las seis de la mañana y trabajado por horas, se esfumaron. “Un ratito, nada más”. Subida a los hombros de tu papá, corrían por toda la plaza, haciendo paradas como un colectivo. Primero el tobogán, segundo el sube y baja, después la calesita y finalmente, la trepadora. Y él, jadeante, te seguía, te empujaba, te giraba, te sostenía. Incluso teniendo la sensación de que sin la ambulancia y un pulmotor no había forma de que volvieran a casa. Incluso sabiendo con certeza que al otro día se iba a levantar, si podía, con un dolor de ciático impresionante e internamente rezando para que le quedara fuerza suficiente en los brazos para manejar el coche hasta el trabajo. Pero él no paraba. Todo sea para darle el gusto a su princesa.

“Bueno, listo, se está haciendo de noche y es peligroso”. Más que contenta con cómo habías pasado la tarde, le agarraste la mano y caminaron uno al lado del otro por la medianamente desolada vereda. Aunque vos estabas super tranquila. Sabías que con papá al lado, era imposible que pasara algo. Cuando estabas con él, sentías que eras como su propia princesa, encerrada en una cajita de cristal en la torre más alta que existe, donde nadie jamás podría lastimarte. Porque no había cosa que tu papá no estuviera dispuesto a hacer con tal de estar seguro de eso.

Pero ahora, ya no querés cuentos, ni noches de preguntas filosóficas ni idas a la plaza. Ahora querés ir al cine con tu pareja, juntarte con tus amigos y salir de joda. Pasar las tardes con papá, pasó al fondo de la lista de cosas que más ganas tenés de hacer. Porque vos no sos la misma, y papá tampoco.

No sabes qué clase de lavado de cerebro le hicieron. Él que antes era tu cómplice y personal cumplidor de caprichos, ahora te habla y te irrita. Lo único que hace ni bien ponés un pie en tu casa, es matarte a preguntas y reclamarte. “Es muy tarde, ¿de dónde venís?”, “¿Y con quién estabas?”, “¿Por qué será que nunca nos avisás?”. Vos le pediste permiso, le mandaste mensajes, hasta lo llamaste, y aún así... No es policía pero le falta nada más la luz blanca cegadora y encerrarte en un cuarto de interrogatorios.

Le cuesta. Porque claro, él sabe. No te olvides que también fue adolescente. Según él, también el inventor de todas los engaños posibles a padres que se te puedan ocurrir. “A mí, esa no me la vendes”, “Cuando vos fuiste, yo fui y vine, cien veces”.

Y por mas que le jures y le pre jures, no hay caso. Desconfía de hasta la coma de lo que le decís. Tu petición es sin segundas intenciones y clara como el agua: “Pa, ¿puedo ir a la joda de Nico hoy? Son amigos de mi curso nomás, y van todas las chicas”. Sin embargo, por una razón totalmente desconocida y demente, él parece escuchar: “Pa, ¿puedo ir hoy con las chicas a la casa del primer desconocido que se me cruce, a alcoholizarme con otros diez señores de más o menos cuarenta y cinco años hasta las nueve de la mañana?”.

Para vos es imposible tratar con él. Te lo cambiaron. No es ese que te llevaba a cocochito por todos lados y te hamacaba hasta el cansancio. Es tu peor pesadilla, tu palo en la rueda, tu traba para hacer lo que te dé la gana.

Pero, ¿no es también ese que intenta aprenderse el nombre de tus amigas en lugar de identificarlas solo por las direcciones de sus casas para sacarte una sonrisa? ¿No es ese que, pese que a veces de mala gana, te termina llevando a todos lados en el auto para que no vayas sola? Sí, ese. Ese que la semana pasada cuando te peleaste con Martu, te compró un cuarto de helado de tus gustos favoritos para levantarte el ánimo. Ese que en días de semana se queda con vos toda la noche repasando la lección de Historia y haciendo la tarea de Biología. Porque no te das cuenta pero, aunque vos y tu papá están cambiando, y todavía no se hayan adaptado del todo a eso, él siempre va a seguir cuidando y dándole el gusto a su princesa.

 

“Cambios en los padres” 

Andrés Nicolás Beck.

 

Por algún tiempo, serás el rey de la casa, la envidia de los hermanos mayores. Tendrás regalos a rolete, como si en vez de que tu nombre fuera Bautista o Mariana, sea Julio Cesar o Cleopatra. Serás objeto de estudio de científicos de las más renombradas universidades. No es para menos: resulta que la tía Irma sabe estirar tus cachetes con tal fuerza, velocidad, inclinación, latitud, hipérbole y qué sé yo qué pavada más, que aquellos mofletes con el tiempo se habrán dilatado increíblemente como si de un chicle se trataran.

Pero eso no va a ser para siempre. Al principio, quizá, se tratará de un incidente, de un malentendido. En otros términos, de un hermano menor. No habría de qué preocuparse si los adultos no fueran tan impresionables. Medio tontos, diría uno. Podrás esculpir un David a escala, cocinar una cena para tres, escribir una novela. De nada sirve: papá y mamá están embobados con aquella criatura roja, minúscula, ruidosa. Más aún: se habla de todo tipo de cambios en el humor. Que si el medicamento x produce cambios de humor, que si las mujeres cambian de humor, que si los adolescentes cambian de humor. Nadie te advierte de los cambios en el humor de los padres, por eso es tan sorpresivo. Cuando la pequeña ardilla diga “pa” o “ma” por primera vez, reirán y luego llorarán, o a veces pueden reír y llorar al mismo tiempo. Sin duda, te resultará insólito. No sólo porque semejante repertorio de emociones desplegado tan súbitamente puede resultar incomprensible e irracional, sino también porque vos podes leer un poema de María Elena Walsh casi de corrido y como mucho llegas a obtener un aplauso ahogado de mamá. Tranquilo, con el tiempo te vas a acostumbrar. 

Luego viene la adolescencia. Agarrate los pantalones. Por ahí te sentirás un poco confundido. Tal vez te vuelvas un poco susceptible. Es posible que experimentes algún que otro cambio. Todo eso te parecerá el cielo en tierra cuando trates con tus padres después de cumplir trece años. La intensidad de tu mamá logrará que te plantees viajar en el tiempo al siglo XX y cuanto menos cachetear un poco a Sigmund Freud. Resulta que el tipo se llenó la boca hablando del complejo de Edipo pero nunca advirtió a nadie la existencia del complejo de Silvia, Laura, Susana o Claudia. No importa las veces que reiteres que no tenés cuatro años: siempre te va a querer enchufar el tuppersito, ponerte tres abrigos más encima y (de esto estoy seguro), mientras nadie mira, medir con termómetro la temperatura de la chocolatada, como a los bebés. Y papá, con su inoportunismo característico, no será la excepción. Llegará el día en el que te entregue aquella desdichada bolsita, símil de las cajas navideñas que venden en el Coto. Claro que esta no trae sidra ni garrapiñadas; en su lugar, un curioso y desagradable repertorio se despliega: preservativos, máquina y crema de afeitar, cinco o seis calzones, un lubricante. Aproveche la oferta: si obtiene su bolsita antes de tener salud y adolescencia en la escuela, incluye además una incómoda y descriptiva charla acerca de las relaciones sexuales.

Desde luego, el dichoso punto en el que convergen ambos no se hará esperar: la novia o el novio. Tu madre apelará al mencionado complejo: ni se le ocurra a nadie del sexo opuesto pisar siquiera el umbral de tu habitación. Tu papá pretenderá ocupar el fallido rol de un confidente accidentado y molesto. Por supuesto, todo estará matizado aquí y allá por tintes de machismo y homofobia, cuestiones que son imprescindibles para la supervivencia de los “baby boomers”.

Llegados a este punto, es mi deber como autor aclarar a mis pacientes lectores que a todo esto subyace, sin duda, un inmenso sentimiento de amor y ternura paterna y materna. Es decir, no son fines malvados los que impulsan la sobreprotección, desde luego. Sin embargo, habiendo comprendido esto, parece que es lo que más irrita: esa caridad borrascosa, en apariencia sin sentido alguno y por momentos incluso invasiva logrará encender la llama interna de tu furia. No está mal sentir ira o enojo siempre y cuando entiendas que ellos no buscan lastimarte, no desean ofenderte ni maliciosamente darte la milanesa de soja con queso, aunque les hayas reiterado tu carácter de vegano en numerosas oportunidades. Su fin (aunque muchas veces te olvides, aunque muchas veces ellos se olviden) es amarte y hacerte feliz.

La adultez. No creo que haga falta que repasemos el síndrome del nido vacío. Pero confiá en mí: apenas pongas la última caja en el camión de mudanzas, corré. Corré lo más lejos y rápido que puedas. Resulta que ese dichoso día mamá te va esperar en la puerta con un cargado arsenal de tuppers, chocolates, fotos y besos húmedos. Papá, por su parte, en ejercicio de masculinidad frágil, intentará inútilmente ocultar cada expresión facial, cada movimiento subconsciente que demuestre que es una persona común y sentiente (en otras palabras, que está un poco triste). La despedida será un espectáculo desastroso. Lo demás (conseguir un trabajo, pagar las deudas, conseguir pareja, alcanzar la estabilidad financiera, etc.), será más bien fácil comparado con intentar desplegar las alas y volar fuera de tu hogar.

Por último, la vejez. Su vejez. Se supone que sólo los padres deben amparar a sus hijos, y esa relación lineal es simplemente única. Pero algún día, probablemente más temprano de lo que quisieras, deberás protegerlos. Podrás sentir que no es justo y es plausible que estés en lo cierto; realmente, no importa. El día en el que asumas aquel rol que sólo papá y mamá supieron asumir, sólo ese día, entenderás el intenso sentimiento de amor, casi devoción, que supo en tu adolescencia enzarzar las llamas de tu furia. Tal vez, ese día también sea el día que los perdones por haberte amado como te han amado, como han sabido amarte.

Es claro que sólo lograrás plantearte todo esto luego de haber maldecido a los siete mares y a la medicina moderna por haberte obligado a cambiar los pañales de personas de ochenta años y haber acudido a las cinco de la madrugada al cuarto de tu mamá por el agudo dolor que ha desarrollado en el tercer ojo debido a que se olvidó de tomar las tres infusiones de pasto que le recetó su homeópata.

 

“Cambios en la madre que tenés a cargo”

Sol Ajón, Sol Benavídez, Melina Costa, Lourdes Encina, Candela García y Antía Louzán.

 

Cuidado. Cuidado con dejar fotos que no te favorezcan al alcance de tu mamá, cuidado con tenerla de “amiga” en todas las redes, cuidado con explicarle de una manera agradable qué es “Tik Tok”. Cuidado con enseñarle a tu mamá cómo ser tu peor pesadilla virtual.

Las mamás siempre están cambiando, no es lo mismo ser la mamá de un infante que pega sus manos con témpera en un papel y es considerado un artista, que de un pequeño engendro del mal que se pasa las jornadas escolares enteras dentro de la dirección. Entendemos y aplaudimos su cambio, madres; pero, por favor hijos adolescentes, aléjenlas del mundo virtual. 

Un día sin previo aviso, la madre que tenés a cargo va empezar a preguntar cómo subir una foto a Instagram. Y sí, la madre que tenés a cargo –porque así elijo llamarlas desde que la integridad de mi grupo de amigas corre el riesgo de que alguna madre suba nuestra peor foto con algún epígrafe resaltando cuánto nos queremos o cuánto gritamos cuando nos juntamos, seguramente con el adjetivo “locas”, porque no hay madre que lo deje afuera cuando habla de las amigas de su hijas y de la hija misma, como si los términos “lindas”,  “graciosas”, “simpáticas” u “ocurrentes” no existiesen y el único disponible en  el mundo fuese ese que tantas veces recibimos las hijas mujeres en posteos emotivos de Facebook. Es verdad que al principio pensamos que es una genia por la foto divina que subió en el gimnasio, o una tierna por la foto que subió con papá por el aniversario, pero se va a estar uniendo al club de las fotos mal encuadradas donde la mitad de las cabezas quedan afuera de las fotos. 

Se va a acostumbrar con el tiempo, y cuando ya esté en su zona de confort, va a subir la foto que más te pueda avergonzar, esa que te sacó distraído y no es para nada una de las que subirías con el pie de foto: “Casual”, o esa foto que le mandaste por WhatsApp con el fin de que sepa que llegaste bien. Ni hablar de cuando descubra cómo compartir los famosos “recuerdos de Facebook”. Corré lo más lejos que puedas, cambiá de documento y reinvéntate, porque va a compartir año tras año la misma foto de la que te  venís avergonzando desde el día que la posteó. 

Ojo. Ojo con tenerla de amiga o de seguidora en alguna red social, porque lo más probable es que cuando subas una foto esperando quedar como el galán del año, te comente “Apa pero que bombón SOLO de mamá!!!” y caritas guiñando el ojo, como buscando complicidad. 

Quizá resultes un afortunado, y la mamá que tenés a cargo solo llegue a esa etapa, pero si sigue cambiando, y muta en uno de esos adultos que entra en Twitter o que empieza a grabar Tik Toks, te deseo suerte, no sé cómo ayudarte. 

La madre que tengo a cargo, por el momento experimenta en Zoom. Cada vez que entra a una reunión me siento muy perseguida, no sé cuándo va a dejar abierto el micrófono más tiempo del previsto, porque créanme; he oído madres que no tenían ni idea de que su micrófono estaba encendido y hablaban mal de alguno de los presentes en la reunión. Hijos responsables de ellas, cuéntenles que la línea roja sobre el micrófono es la que da la pauta para que puedan hablar libremente.

Ahora me despido, quedé en explicarle a la madre que tengo a cargo el funcionamiento de un sitio web que solo requiere que ponga su mail y su contraseña–aclaro que en esta vida soy responsable de mis contraseñas y de las de ella. No hay forma posible de hacer que las aprenda, porque si se las olvida la culpa es mía, al fin y al cabo yo generé el usuario–pero admito que después le voy a pedir que me enseñe cómo mirarme con esos ojos que hacen que piense que todas mis fotos son hermosas. 

 

Y sí, ahora sí llegamos al final de la cena… Pero tranquilos, que les dejamos preparado otro paquete para llevar, ¡para que coman cuando ustedes quieran! 6ºC les deja el menú para que vayan eligiendo, ¡click abajo! 

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