Challenge Literario: Disparadores aleatorios e historias que te pondrán los pelos de punta

Los integrantes de la Sección Literaria del Loreto ATR decidieron animarse a escribir relatos cortos en base a los siguientes disparadores que se generaron con una ruleta literaria aleatoria: “Thriller/ Misterio”, “Caminar”, “Verano” y “Narrador: Víctima”. ¡Leamos los escritos que han formado con ello!

 “A veces, los lugares humanos crean monstruos inhumanos” – Stephen King

 

 Mala Suerte

 

Me encontraba aquel cálido verano dirigiéndome a la costa para pasar el verano, como tantas veces había hecho ya. Mi viaje, lamentablemente, se vería arruinado en un instante. En medio de la ruta, a kilómetros de cualquier pueblo, mi auto se detuvo.  En ese momento maldije mi suerte, pero me mantuve con cierta calma, al fin y al cabo alguien terminaría pasando tarde o temprano. Así volaron los minutos, luego las horas, hasta que finalmente salí del auto y comencé a caminar. Con suerte llegaría antes del anochecer a algún pueblo. La tarea no iba a ser fácil, pues aquel día hacían 33 grados de calor. A pesar de esto me mantuve firme, y me encaminé hacia la aldea más cercana. 

Luego de un rato empezaron los dolores de cabeza y las náuseas, que llegaron a un punto en el cual no pude más. Fue entonces cuando mi suerte se revirtió, y vi en la lejanía un  auto que venía en mi dirección, que luego de un tiempo frenó al lado mío.

–¿Estás bien? ¿Necesitas que te lleve?

Sin dudarlo respondí que sí, y me subí al auto. No hablamos mucho, él parecía nervioso por algo. Luego de un rato, empecé a sentir un olor muy fuerte dentro del vehículo, eventualmente le pregunté.

–No huelo nada yo, debe ser por la deshidratación. Quédate tranquilo que no falta mucho. 

Decidí ignorarlo y abrí la ventanilla, pero el olor cada vez se hacía más fuerte. Finalmente me di cuenta de lo que estaba pasando. Intenté disimular lo mejor que pude mi terror, para no terminar como quien estaba en el baúl. 

Eventualmente no me pude contener, y le pedí que parara el auto, Él se debió haber dado cuenta de lo que estaba pasando, porque lo último que vi y oí fue un ensordecedor disparo, aquello que me dio muerte.

 

– Federico Boggiero, 6°A.

 

Oscuro acecho

 

Desde el principio del verano no me sentía tranquilo en el pueblo, alguien me acechaba y se ocultaba detrás de mí constantemente. La primera vez que pude notarlo fue cuando volví de hacer los mandados de mis padres, a eso de las 7:30 pm un martes. Sentí una mala sensación en el camino de vuelta, y la piel de gallina apareció al instante. Al darme vuelta, solo pude ver una sombra sin forma detrás de un árbol, pero como ya se estaba haciendo de noche, decidí no darle mucha importancia al asunto, total podría haber sido cualquier cosa.

Una noche me desperté de la nada, y no quise mirar el reloj para no llamar a la mala suerte. Fui a la cocina, me serví un vaso de agua, y después me fui a acostar de nuevo. A través de la ventana de mi habitación, pude ver esa sombra sin forma nuevamente. La piel se me erizó de tal manera que no podría describirlo en palabras, mi cuerpo se quedó duro, no podía moverme. Me quedé así por horas, hasta que finalmente me dormí por cansancio.

Esto siguió ocurriendo cada noche, mis ojeras eran cada vez más grandes y mi cansancio aún mayor. Decidí contárselo a mis padres, pero éstos me dijeron que ya estaba grande como para creer en esas cosas, y que no tendría que ver más películas de terror si después me iba a comportar así.

Insistí en que me crean, que en serio la estaba pasando mal, y que no era uno  de esos juegos para llamar la atención. Sin embargo, solo conseguí que averigüen por un psiquiátrico cercano al pueblo. El humor de mis padres no fue el mejor cuando volvimos de la consulta: mi mamá, llorando. Mi papá, sin decir una sola palabra en todo el viaje.

Los encontré en la cocina hablando sobre algo llamado esquizofrenia, que podría padecerlo y que capaz empezar algún tratamiento era la mejor solución.

Yo no quería eso, no quería tomar pastillas ni que me internen. Así que decidí ir con ella. Entregarme de una vez por todas a quien tanto me estaba buscando. 

Ahora veo a la ciudad llena de carteles, preguntando si me han visto y que si es así, por favor se avise a las autoridades. No entiendo por qué la necesidad de hacer todo esto, paso todos los días por mi casa para saludar a mis padres. Aunque ellos no me contestan  palabra alguna. Capaz me tienen rencor porque me escapé. Pero, ¿tanto como para no querer hablarme?

 

— Ignacio Cuello, 6°C.

 

El secuestro de Mauro Ortíz

 

–Muy bien señorita Ortíz, le haré una serie de preguntas, y deberá responder con “Si” o “No”, recuerde que está bajo juramento –miró a mi abogado unos segundos y siguió–. Empecemos: ¿Estuvo usted, Melisa Victoria Ortíz, sobre la calle Méndez, en la intersección con General Mirelo que da a la playa, el 24 de diciembre de 2018 a las 14:30hs cuando sucedió el secuestro?

–Sí –respondí monótonamente. 

–Y usted, ¿vio el secuestro cuando caminaba junto a la víctima, Mauro Ivan Ortíz?

–Si –volví a responder.

–¿Usted llevó a la víctima al lugar de encuentro con los secuestradores?

–No –dije en un tono más alto y contundente. Esa pregunta me irritaba sobremanera.

–¿Entonces, usted estaba allí por casualidad, y acompañada por la víctima?

–No.

–Dice que no llevó al señor Ortíz al lugar, pero tampoco estaban allí por casualidad. Entonces, lo que pasó fue que él la llevó a ese lugar donde fue secuestrado ¿Correcto? –razonó el hombre.

–Si.

–¿Sabe por qué el señor Ortíz quería ir allí?

–Si. 

–Hableme al respecto, por favor.

–Me pidió responder preguntas con un “Si” o un “No”.

–Y ahora le pido que relate el porqué Mauro Ivan Ortíz, acompañado de usted, estaba en ese lugar y a esa hora.

–No deseo responder –dije cortante.

–Señorita Ortíz, responda la pregunta –exigió el hombre, y luego de ver a mi abogado, asentí.

Guardé silencio unos minutos, pensando cómo responder con la verdad sin que sepan lo que en realidad pasó. 

–Me pidió que lo acompañara a una florería, él dijo que quería el criterio de una mujer para un arreglo floral que le daría a su madre, fuimos caminando y una cuadra antes de llegar se atravesó la camioneta negra –expliqué, sin mentir, pero omitiendo que él sabía que en aquella esquina ocurriría un secuestro.

–¿Qué hizo usted al ver lo que pasaba? –preguntó el abogado.

–Corrí –dije simplemente. No me avergonzaba decir que huí de allí al entender la situación. Después de todo, él tenía la culpa.

–¿Y su hermano? ¿Corrió también, antes de que lo alcanzaran los secuestradores? –siguió preguntando.

–Él no es mi hermano, sino medio-hermano por parte de mi difunto padre –aclaré–. Pero no, él no intentó correr hasta que vio que yo no estaba, y para ese entonces fue tarde.

–¿Hay alguna razón para creer que fue un secuestro premeditado, hacia ustedes?

–Mauro tenía problemas de dinero, debía bastante, creo. No me extrañaría que lo estuvieran buscando. –Aún intentando tranquilizarme, las palabras brotaban con algo de rencor. A fin de cuentas, era mi medio-hermano quien quería que me llevaran para saldar su deuda.

–¿Sabe a quién o a quiénes les debía dinero? –presionó el hombre.

–No estoy segura.

–Una última pregunta. Si usted corrió y no la alcanzaron, ¿cómo fue que terminó con el hombro dislocado? 

-Uno de los secuestradores tiró de mi brazo para retenerme apenas llegó la camioneta, le di un golpe en la cara, lo dejé lo suficientemente aturdido para correr y que no me alcanzara...

Por un momento pensé en terminar la frase, pero estaría revelando que fue a Mauro a quien golpeé.

 

– Bárbara Gelbort, 6ºA.

 

Orilla adentro

 

Podía sentir sus pasos detrás de mí y escuchaba su tímida risa de vez en cuando. Amaba la sensación de la arena caliente debajo de mis pies. Giré cuando tocó mi hombro y señaló el mar; nunca había estado tan impasible, no se observaba ninguna ola. Era la imagen perfecta para un cuadro.

Tomé su mano y nos dirigimos a la orilla. 

–¿No te transmite mucha tranquilidad esto? –me preguntó.

–Cuando no puedo dormir, suelo venir aquí. Siento que es mi lugar –respondí, nostálgico.

Ella sacó una botella de agua de su mochila y bebió. Uno, dos, tres sorbos. Y seguimos caminando bajo el amanecer. Ninguno tenía prisa (tampoco es como que tuviéramos a donde ir realmente). 

A lo lejos, dentro del agua, vimos a dos personas riendo. Parecían ser hermanos por los rasgos similares de ambos. Entrecerré los ojos para ver mejor, y la escena había cambiado completamente. La chica que antes estaba saltando, ahora se encontraba llorando. Y el chico, que la fotografiaba sonriendo, ahora nos estaba mirando fijamente, con una carta en su mano. 

De repente, comencé a sentir náuseas  y el mar parecía querer huir. Ya no sentía la calidez en mis pies, había sido reemplazada por un vacío. Busqué su mano desesperadamente cubriendo mi vista con la campera. 

Pero ella ya no estaba. Y yo, me estaba ahogando.

 

– Shantal Jorge, 6ºA. 

 

Enucleador

 

El acto de abrir los ojos dolía, o más bien, que éstos fueran abiertos en contra de mi voluntad lo hacía. Sentí cómo mis párpados eran prácticamente arrancados de mí, un dolor punzante, la parte baja del ojo era fuertemente sostenida hacia afuera. Parecía que mis globos oculares fueran a salirse de las cuencas en las que debían estar. La luz artificial que colgaba sobre mi cabeza era la culpable de mi ceguera, y cada segundo que pasaba allí los ojos me ardían más. Fue entonces que intenté cerrarlos, pero un dolor aún más intenso me llevó a no hacerlo. Grité. Aunque suene incoherente, sentí que me desgarraban el ojo. ¿Acaso eso era posible? Un aparato frío, metálico, prevenía que mis ojos pudieran ser cerrados. 

Comencé a moverme desquiciadamente, pero me encontré totalmente amordazado contra lo que supuse era una camilla. Justo cuando estaba a punto de pedir auxilio, una voz que de inmediato reconocí se me adelantó.

“Es un tanto sádico moverte tanto si sólo lleva a que te tortures más, ¿no crees?”. La voz era seca y rasposa, y si bien sus palabras estaban en un orden que debería ser confiado, el hombre temblaba al hablar. Un rostro se posicionó sobre mí, tapando la luz; tardé unos momentos en enfocar su rostro. 

Era el doctor Hemmings. 

“¡Déjeme ir!” grité, y me moví con aún más fuerzas. Él se rió. 

“Por favor. Desde que te vi caminando por el hospital, observé algo en esos bellos ojos grises… tan… exóticos…” Se acercó más a mí. “No he podido dejar de pensar en ellos en todo el Verano…” 

Podía jurar que mis ojos estaban por estallar. El doctor Hemmings dio unos pasos hacia atrás. Lo seguí con la mirada, la luz cegándome una vez más. Cuando logré mover mi cuello lo suficiente, un dolor desgarrador causó que mi ojo izquierdo se cerrara, un líquido espeso rodando por mi mejilla. Un llanto se escapó de mis labios. 

Acto seguido, el doctor Hemmings se volteó, su expresión cambiando polarmente. Tomó algo plateado y brillante de la pequeña mesita del otro lado del cuarto y caminó hacia mí, apurado. Intenté hacerme hacia atrás, pero fue en vano. Torcí mi cabeza hacia el otro lado, escapando de él. Intentando hacerlo.

Mi ojo visualizó entonces la estantería a mi izquierda; docenas de frascos con un líquido viscoso verde, translúcido, y dentro de ellos, pares de ojos. Todos se posaban sobre mí y lucían asustados, en pánico. 

Se veían como los míos en aquel momento. 

“Permanece quieto y la enucleación será breve… aunque no prometo que no vaya a doler,” susurró el doctor Hemmings.

Mi mente viajó hacia mi último recuerdo previo: la parada de bus que debería haber tomado para volver a casa, el folleto que me había detenido a leer. Mientras el doctor Hemmings acercaba el bisturí a mi ojo y presionaba alrededor de mi cuenca derecha, mis gritos de auxilio retumbando en la sala, y antes de que el doctor Hemmings ejerciera el corte final y un dolor desgarrador me dejara inconsciente, las palabras escritas en tinta roja cobraron sentido y se ordenaron frente a mí: El enucleador te está observando. 

 

– Kiara Peloso, 6ºA.

 

Místico día de verano

 

Ese día místico de verano, donde el cielo celeste estaba completamente despejado y el sol brillaba como nunca. Mi caminar era lento, descansado y relajado. Tenía tiempo de sobra.

Pero como en la luz hay oscuridad, estaba allí. Lo llamaba desconocido con tal de no aceptar que sabía más de él que de mi o de mi propia familia. Me perseguía, en la noche, en el día, en la escuela, en mi casa. Allí estaba y yo maldecía para mis adentros. ¿No podía dejarme tranquila? La respuesta siempre era no, y se verifica su sombra y su mirada constante sobre mí.

Mis pasos seguían siendo calmos. Ya no me alteraba al ciento por ciento cuando lo sentía cerca, era hasta una costumbre saber que detrás de los árboles, de los coches o disfrazado de mis amigos, estaba él. Yo respiraba lento, con suspiros y con la mente intentando controlar mis pies, solo para aparentar seguridad; ser débil no era algo que quisiera mostrarle a nadie y mucho menos a ese sujeto.

–¿Qué tanto piensas? –Era la primera vez que escuchaba algo así, una voz como esa. Ignorando el hecho de que no reconocía esa voz, pude darme cuenta de lo diferente. Era rasposa pero con algo indistinguible que me daba confianza.

–En la manera de deshacerme de ti. Sería increíble que te fueras y nunca, jamás, regreses –sonreí un poco sin mirar atrás, dónde él se situaba.

–No es opcional irme. Y ya deberías saberlo. Cuido tu espalda, diabla. –Sentí su respiración en mi cuello, estaba más cerca de lo que nunca había estado.

–Dudo que los cuernos se noten. Tal vez, un tanto, la marca de mi rey. Pero no es algo que deba preocuparme, después de todo, siempre creen que es uno de esos inventos de aquí…

–Lo llaman tatuaje. Con esa falta de vocabulario, dudo mucho que te crean de este lugar. –Acarició mi cabello y su respiración permanecía en mi cuello.

–Y tú, con la lengua tan larga, estropeas mis planes y los de mi rey. Vete antes de que...

–No hace falta siquiera mencionarlo, diabla. Pero, que quede claro: si no me sientes, comienza a correr, porque serás la siguiente.

–¿Siguiente de qué?

Miré hacia atrás, él no estaba. Y no lo sentía. Me dijo que corriera si así era, pero no entendía el por qué hasta que vi una cosa. Una flecha. Ésta fue directo a mi pecho, en busca de mi corazón, por lo que pude notar.

–Él te dijo que serías la siguiente pero, como siempre, nunca escuchas.

 

– Marianella Tobio, 6°A.

 

“La cosa debajo de mi cama esperando agarrarme el tobillo no es real. Lo sé, y también sé que si tengo cuidado de mantener mi pie bajo las sábanas, nunca podrá agarrar mi tobillo.” – Stephen King 

 

¡Esos han sido todos los escritos! Si se animan, pueden también escribir historias con estos disparadores y dejarlas en los comentarios o enviarlas a nuestro correo electrónico (loretoatr.literatura@gmail.com)… ¡Los estaremos leyendo! 

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