PUNTO Y COMA: La emotividad de las palabras

Las alumnas Julieta Vargas (5°A) y Lourdes Avaca (1°B) compartieron con la Sección Literaria dos escritos plagados de emoción, ¡valiéndose del primer puesto en el concurso literario Punto y Coma!

La alumna Julieta Vargas, por un lado, trabajó la intertextualidad en un escrito conmovedor sobre el acercamiento y reencuentro con Dios; mientras que Lourdes Avaca supo emocionarnos con un relato que invita a cuestionarse qué es verdaderamente la felicidad. ¡Enhorabuena a las autoras por relatos tan hermosos!

A continuación, invitamos a los lectores de Loreto ATR a leer los cuentos ganadores:

Al acecho del pensamiento

Julieta Vargas

De quien habla esta historia ha sido un alguien misterioso. Su existencia, carente de actividad en demasía, se basaba en la espera constante de una gran revolución de ideas, la cual consideraba indispensable por estar encerrado en su casa, enajenado de la diversidad de animales, colores, ambientes, paisajes y actividades del exterior. Sin embargo, sus ansias por hallar esa cavilación sobre algún punto terminaron por deprimirlo y llevarlo a la nada, ya que el pensamiento no llegaba.

La lluvia incesante de su pueblo, las frescas ventiscas y las nubes grisáceas le brindaban melancolía, y a su vez pereza. No tenía la voluntad de modificar su actitud. Dicha persona yacía en su antiguo sofá, contemplando la monótona vista de la ventana ubicada justo en frente suyo. Todos los que transitaban ese sector del espacio miraban con interrogación el interior del hogar de ese quién, procurando ver alguna modificación en su conducta. Desconocían, claramente, que él también aguardaba un cambio o mejor dicho una intervención de su mente o tal vez de alguien en su vida.

No soñaba, aunque lo intentaba. Dormía, pero sin descansar, siendo cuidadoso de no olvidar ningún detalle de su misión: encontrar la idea aún si ella se presentase en el estado inconsciente.

A su criterio, los años transcurrían demasiado deprisa. Le entristecía el simple hecho de pensar que tal vez esa revelación llegaría demasiado tarde, es decir, cuando su existencia física hubiera caducado.  Anhelaba con todo su ser poder vivenciar aquella aparición.

Una tarde, cerca de las siete y cuarto, su reloj dio una campanada tan fuerte que lo sacó del reposo. Su exaltación le aterrorizó, tenía un deseo particular de hacer algo para alcanzar su meta. Se acercó a la mesa de la cocina, tomó una servilleta, regresó a su sillón, se sentó, puso la mano en el bolsillo de su traje y extrajo de allí una pluma.

— ¡Qué mejor modo de atrapar una idea que confeccionando una red!— exclamó el anciano con entusiasmo. Un brillo excepcional salía de sus ojos. Su luz encandilaba a tres jovencillos que lo miraban con curiosidad, arrimados en la ventana.

Comenzó a unir palabras con líneas desprolijas. Al principio parecían absurdas, sin ningún tipo de criterio que las familiarizara. Se disponían caóticamente en un mar de poros de esa blanda y blancuzca hoja. Si bien el hombre no entendía lo que hacía, seguía escribiendo decididamente.

—Un grano de mostaza, un simple granito—, pronunció con debilidad antes de desvanecerse en el suelo.

Los niños que observaban temían intervenir en esa situación. No conocían a aquel anciano e imaginaban que su reacción podría ser mala si entraban a auxiliarlo. Cruzaron miradas, hicieron un gesto con los hombros y siguieron adelante, camino a casa, como si nada hubieran visto. Sin embargo, al menor de ellos una angustia e indagación le llenaban internamente, por lo que decidió dejar a sus hermanos e ir a ver lo sucedido desde dentro. La puerta estaba abierta, con lo que ingresó al hogar sin ningún inconveniente. El muchacho se quitó los zapatos para no hacer ruido, encendió la linterna que llevaba encima y se acercó al lugar donde habían visto al hombre tirado, cerca de la ventana. Buscó y buscó, pero ese quién no estaba en casa, o al menos no en la planta baja. Esto produjo un cierto alivio en el joven, que pensaba que tal vez podría encontrarse con un cadáver –lógicamente se habría levantado e ido a alguna parte-, pero a su vez le inquietaba aún más pensar que podría hallarlo husmeando en su casa.

Se aproximó al sofá, tembloroso. Allí encontró el trozo de servilleta lleno de anotaciones del anciano, incomprensibles. Al ver que no entendía nada y que no podía ayudar tampoco, tiró el papel al suelo y se dirigió a la puerta, algo enfadado consigo por haber perdido tiempo de juego con sus hermanos. Sin embargo, al darse vuelta y ver la luz de la cocina encendida, sintió un escalofrío. Él hubiera jurado que estaba apagada hace unos segundos. Su corazón parecía salírsele del pecho. El anciano definitivamente estaba en casa. En una acción rápida tomó la servilleta que había revoleado y salió corriendo. Algo lo detuvo. Una voz muy cálida que le susurró al oído:

— ¡Un grano de mostaza, un simple granito de mostaza!   

La experiencia vivida lo dejó muy conmovido. No se sentía asustado. Pensaba que algo había cambiado en su interior. Se acostó en su cama, tomó la servilleta, la observó a contraluz y descubrió el significado de todo. Se asomó a la ventana de su casa y se dijo en voz baja mirando la resplandeciente luna:

— ¡Tú has sembrado ese arbusto que hoy apareció en el jardín de mi vida!, un simple grano de mostaza, un pensamiento que es una realidad, un conocer que es misterioso, una planta que nos resguarda a los que volamos en estos cielos, una existencia luminosa, el conocer el Reino, ver y oír al Padre Eterno.

La servilleta contenía cuatro letras que llevaban a un solo lugar D (día, doce, descanso, dulzura, deslumbrar, diluvio, dentro, deber, descubrir, dar, decir, desenlace) I (imaginar, intentar, intervenir, inspirar, instruir, ir, ignorar, infinito, incandescencia, inexplicable, inmarcesible, inefable) O (olvido, ostentar, oír, ocupar, objetivo, obra, ofrezco) S (servicio, sentimiento, sabiduría, sentido, suspiro, seriedad, soledad, Señor, sembrar, semilla). Del lado de atrás se leía: “he nacido de nuevo”.

 

Todo el perdón, toda la gratitud y toda la esperanza yacían en un trozo de papel blancuzco y blando. Nadie volvió a ver a ese quién.

El hombre que fue feliz pero nunca se dio cuenta

Lourdes Avaca

Una vez, hubo un hombre que quiso ser feliz. Deseó siempre vivir rodeado de amigos, trabajar de lo que le gustaba y tener dinero suficiente para vivir una buena vida.  Sentía que sólo sería feliz si la vida le daba todo lo que él soñaba en ese instante: ganar bien, tener una buena esposa, hijos, una casa, un auto y por qué no también, vivir en una gran ciudad pero tener tiempo de poder disfrutar de la naturaleza.

Estudió la carrera que tanto le gustaba y soñaba, pero aunque lo apasionaba, cada vez que iba a clases protestaba porque el profesor de turno pedía cosas que a su manera de ver no eran tan importantes. Terminó así sufriendo cada materia hasta que se recibió. “Al fin me voy de esta facultad”, se lo escuchó decir por algún pasillo. 

Casi inmediatamente después de haberse recibido, empezó a trabajar en una empresa internacional. Esa misma que veía todos los días de paso a la facultad, ya que el colectivo que tomaba pasaba justo por ahí. Arrancó en un puesto relativamente alto, manejando las cuentas de varias compañías renombradas. Pese a que ganaba bastante bien, pensó entonces que su sueldo no era suficientemente bueno, y si bien había entrado hace muy poco, tomó valor y fue a hablar con el gerente para pedirle un aumento. Fue prácticamente como hablar con una planta. Salió de la oficina triste por haber fracasado en el intento y pensó para adentro: “yo sé que algún día estaré en su lugar”. Cada vez que veía a su jefe, la bronca lo invadía y el sentimiento de injusticia lo superaba.

Una de las tantas novias que tuvo en su adolescencia se cruzó con él una tarde a la salida del trabajo. Se había enamorado perdidamente de esa hermosa mujer que ahora tenía frente suyo. Con miedo la invitó a salir, con la total seguridad de que iba a ser rechazado. Ella aceptó la invitación muy emocionada. Si bien había aceptado la propuesta, él imaginó que luego ella terminaría confesando que tenía pareja, esposo o algo así. Con el paso del tiempo se casaron y tuvieron tres hijos, pero en su mente, seguía dando vueltas esa duda acerca de cuánto ella lo quería y porqué había aceptado aquella invitación.

Nunca faltó a las reuniones mensuales que organizaban sus amigos, pero no le gustaba la idea de dejar a su mujer con los niños. Ella nunca hizo problemas por este tema y le encantaba que su marido disfrute de los encuentros. Más de una vez pensó en faltar a alguna de esas juntas, pero nunca lo hizo e iba a disgusto, sin pensar que si lo hubiera planteado, sus amigos lo hubieran entendido. 

Ya que la familia había crecido más rápido de lo esperado, le vino muy bien el ascenso al puesto de gerente. No podía creerlo y recordó una vez más aquel rechazo del primer pedido de aumento. Como los viajes en colectivo ya se volvían muy molestos, decidió comprar un auto. Le costó algunos pesos pero realmente le alivió la vida. Luego, durante el verano prefirió cambiarlo por uno con aire acondicionado, aunque después pensó que no estaría mal tener un vehículo más grande para toda la familia.

Unos meses más tarde pensó que como había terminado de pagar la deuda de la casa, podría empezar a pagar una nueva, pero para vivir en el barrio cerrado donde vivía uno de sus amigos. Así pasó, y fue entonces que a causa de esta nueva deuda debió dejar de pasar las vacaciones con la familia en el exterior.  

“Qué rápido crecen los chicos” dijo asimismo, mientras pensaba que no estaría bien que su hijo mayor siga la misma carrera que él, ya que sufriría mucho. Pensó también: “el del medio quiere ser psicólogo, pero no creo que pueda disfrutarlo, ¿y el más chico? por Dios, la música no le va a dar de comer”. Vivía con la cabeza puesta en el pasado y el futuro, sin darse cuenta que en el presente las cosas sucedían de manera inevitable.

Cuando su hijo más chico lanzó a la venta su tercer álbum solista, hicieron una reunión en una de sus propiedades para celebrarlo. En determinado momento de la fiesta fue a buscar más copas a un armario porque pensaba que los invitados no estaban bien atendidos. Antes de abrir el antiguo mueble, se vio reflejado en sus puertas espejadas. Se quedó paralizado al ver en el espejo a un anciano canoso y con el ceño fruncido como si estuviera oliendo algo feo.

Se dio cuenta que la vida se le había escurrido entre sus manos. Casi sin pensarlo, trató en ese momento de recordar algún acontecimiento de su afortunada vida en el que hubiera disfrutado de verdad. Nada vino a su mente y solo se limitó a respirar profundo.

 

Consiguió todo lo que soñó alguna vez para poder ser feliz, pero nunca se dio cuenta. Con muchísimo menos de lo que él tuvo, podemos ser realmente felices. Sólo debemos pensar también en el “ahora” para valorar lo que tenemos. Así fue la paradoja del hombre que fue feliz pero nunca se dio cuenta.

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