PUNTO Y COMA: La magia de las palabras

Las alumnas Camila Larrodé (4°B) y Julieta Roca (2°A) compartieron con la Sección Literaria dos escritos dotados de misterio, ¡valiéndose del segundo puesto en el concurso literario Punto y Coma!

Ambas alumnas supieron transportarnos a mundos llenos de magia y enigma, tomando a la fantasía como eje central de sus escritos. Camila Larrodé, por un lado, narra acerca del intrigante secreto de una profesora de química bastante peculiar, mientras que Julieta Roca nos traslada a unas vacaciones en familia que presumían ser normales… ¡Enhorabuena a las autoras por relatos tan atrapantes!

A continuación, invitamos a los lectores de Loreto ATR a leer los cuentos ganadores:

Sucedió en el Laboratorio

Camila Larrodé

Tamara espiaba a su profesora por la cerradura de la puerta del laboratorio. Desde allí, podía ver como corregía los exámenes. A ella le había ido pésimo. A pesar de haber estudiado, no había podido responder las preguntas.

Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por aprobar la materia, es por eso que tenía un plan: robar los exámenes.

Se encontraba nerviosa, hacía horas que seguía los pocos movimientos de la profesora dentro del laboratorio y ya estaba por rendirse cuando algo extraño sucedió. Agachada en medio de la habitación, la docente de química desprendía baldosas del piso hasta hacer un gran boquete por donde se deslizó con cuidado. Tamara no podía salir de su asombro ¿qué era lo que acababa de ver? ¿qué secretos guardaba el laboratorio? Respiró profundo y se decidió a entrar. Estaba cerca del hoyo, pero no pudo ver absolutamente nada, sólo había oscuridad.

Quizás debía filmar todo para que sus amigos creyeran la historia; o quizás debía meterse por el túnel para seguir investigando…

Y ahí estaba Tamara, caminando a ciegas dentro de un túnel que parecía no tener fin. Caminó hasta que a lo lejos vio una pequeña puerta con símbolos, apuró el paso y la abrió. Su sorpresa fue mayor cuando se encontró en el mismo laboratorio de donde había partido. ¡Que absurdo haber entrado al hoyo! ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Había terminado la hora libre…?

Salió entonces al pasillo. Todo estaba más oscuro: el piso lleno de polvo, y del techo colgaban largas telarañas. Era como si nadie hubiera transitado por allí durante años. El miedo la acechó mientras observaba la escena.

Pensó en dirigirse a su clase lo más rápido posible, cuando, de pronto, el timbre sonó fuerte como nunca antes. Ya confusa, decidió meterse en el ascensor. Allí, la temperatura iba disminuyendo en cada piso, hasta que frenó de repente dejando entrar a una mujer encapuchada que con voz de trueno le preguntó:

- ¿A dónde pensás ir?

Tamara la empujó y escapó tan rápido como pudo. Entonces, vió por los pasillos figuras que deambulaban sin rumbo… El ascensor había desaparecido.

Las figuras comenzaron a señalarla y pronto la rodearon. Pudo ver que no tenían rostros… Rápidamente, la llevaron hasta un aula donde se encontraba su profesora de química, pero ahora transformada en una horrible vieja.

-¡Hola, mi querida alumna!- le dijo - ¿pensabas que no me había dado cuenta que me espiabas? Ja ja, ¡que inocentes son las chicas de este tiempo! Estamos en la escuela pero ahora yo pongo las reglas...

Tamara no podía moverse, un miedo helado la recorrió de pies a cabeza. La vieja siguió hablando:

–Hace tiempo, trabajando en el sombrío laboratorio, descubrí que con ayuda de la química podía robar la juventud a mis alegres alumnas, y así comencé a llenar aquella botella con sus jóvenes rostros.

Una botella, con los mismos signos extraños que había visto en el túnel, estaba apoyada sobre una repisa.

-¿Podés ver estas figuras con forma humana que te están rodeando…? Antes eran igual a vos: alegres, bellas, despreocupadas y rebeldes... ahora son sólo sombras atrapadas en esta escuela. A propósito -le dijo- me falta muy poco para llenar la botella. Entonces volveré a ser joven; podré salir para siempre de este túnel, no volveré a envejecer jamás, dejaré el laboratorio y las clases… ya falta poco, muy poco, sólo una joven más -y diciendo esto se abalanzó sobre Tamara, quien ahora se había convertido en quien realmente era: un espíritu.

- ¿Asustada? -le preguntó la profesora- ni siquiera me recuerdas. Hace mucho tiempo tus experimentos no siempre fueron exitosos… yo soy el resultado de ese fracaso… esperé encerrada este momento por años, para poder vengar mi muerte. - Sin más, ambas desaparecieron en medio de una nube espesa.                                                                                                              

 Al día siguiente, la profesora de química no se presentó al laboratorio del colegio. Del mismo modo ocurrió en los días que siguieron.

Marzo 2019. El laboratorio amanece con un gran hoyo en el piso.

Siete y treinta horas. Suena el timbre, y los alumnos se dirigen a sus aulas alegres y despreocupados como todos los años, una vez más.

Se abre la puerta del aula:

- Buen día, adelante mis queridos alumnos, ocupen sus asientos junto a sus nuevos compañeros por favor - era una vieja profesora la que habló.

 

En cada asiento, una figura sin rostro esperaba ansiosa iniciar el ciclo lectivo otra vez… 

Un viaje en el tiempo

Julieta Roca

Era un día caluroso de verano, el viento corría por las calles de la ciudad mientras los árboles se mecían de un lado a otro. Mi familia y yo empacábamos ropa y comida para nuestras vacaciones que comenzaban muy temprano al día siguiente, por eso era importante preparar todo con anticipación. Nos esperaba un largo viaje hasta la provincia de Córdoba. Estas serían unas vacaciones para descansar y disfrutar en familia y con amigos.

Como estaba previsto, salimos apenas el sol iluminó la ciudad. El viaje era de muchas horas, y con las largas horas llega el aburrimiento. Por eso, decidí dormir un rato para que se pasara más rápido el tiempo. Al despertar, algo raro sucedió. Una luz blanca iluminó el camino y, de repente, el paisaje ya no era el mismo; las casas parecían antiguas. Si bien eran de madera como muchas de las casas que actualmente conocemos, éstas parecían estar habitadas por personas de una época anterior a la nuestra, por su decoración y colores. Había muchos establos y los autos estacionados en los jardines y puertas eran realmente antiguos. Conocíamos el camino hasta el pueblo de Alta Gracia casi de memoria, porque mi papá visitó Córdoba desde que era pequeño, pero esta vez nos dirigíamos al Club náutico de Los Molinos. Teníamos que recorrer unos kilómetros más luego de pasar por la ciudad.  Hasta ese momento el GPS funcionaba perfectamente, de hecho, el sonido de la última indicación me despertó de un profundo sueño. Pero luego de esa luz brillante dejó de tener conexión, y no sabíamos las coordenadas del complejo.

 -No importa - dijo mi papá. - No puede ser tan difícil llegar, cuando nos acerquemos al final de esta ruta, nos encontraremos con la rotonda que nos lleva a rodear el dique para llegar al campamento y listo -.

Era la primera vez que pasaríamos unos días en contacto directo con la naturaleza. Nunca habíamos ido a vacacionar en carpa, siempre lo habíamos hecho en hoteles o casas, y fue idea de mi padre visitar el Camping de los constructores del Dique. Así lo llamaban, ya que, mientras el dique estaba en construcción, los que allí trabajaban y sus familias se hospedaban en un complejo de casitas que eran iguales y que habían sido levantadas antes de comenzar el proyecto de construcción. ¡Tantas veces había escuchado esa historia!, todo un pueblo construido en base a esta gran obra, no sé cuánta gente participó, cuánto concreto se utilizó, cuántos ingenieros lo diseñaron y bla bla blá… con tantos datos era difícil mantenerse despierta. Si bien en un principio todos festejamos la idea de dormir bajo las estrellas a cielo abierto, no nos convencían algunas condiciones, como tener que caminar hasta el baño, dormir en bolsas estrechas o lo peor de todo: ¡estar sin conexión de internet!

Por eso elegimos el Camping del Dique Los Molinos, porque si no podíamos adaptarnos a la vida de mochileros, podríamos correr a hospedarnos a una de las casitas que, aunque eran antiguas, contaban con colchones, baño privado y Wi-Fi.

Cuando la ruta terminó, llegamos a ver unos carteles que indicaban que el puente del Dique se encontraba cerrado. Pensamos que estarían realizando reparaciones, aunque no se veían grandes máquinas o carteles luminosos con la tecnología que estamos acostumbrados a ver en obras tan importantes. Nos desviamos a la izquierda, hacia Potrero de Garay; tardaríamos más, pero llegaríamos a Villa Ciudad de América antes de la caída del sol.  La ruta era más estrecha de lo que mi papá recordaba y un tanto más descuidada. Finalmente, nos encontrábamos frente al portón de ingreso al Camping, donde se podían ver las luces de las casitas más cercanas iluminando los interiores y, además, el humo de algunas parrillas exteriores donde se reunían los comensales expectantes. El sonido de sus risas llegó hasta nosotros. Un hombre vestido con uniforme de seguridad se acercó a la ventanilla del lado de mi papá y, muy amablemente, le preguntó si estábamos perdidos. Nos dimos cuenta de que estábamos en el lugar correcto, pero ni la entrada decía Camping, ni se veían carpas armadas. Sólo las casitas de los constructores nos parecían conocidas, y en lugar del cartel luminoso que indicaba “Camping Del Dique Los Molinos”, había otro en el que leímos “Barrio Dique los Molinos, del personal de la obra”. Quedamos todos pensando que nuestro largo viaje se había convertido en un larguísimo viaje, tan largo que nos llevó 65 años en el tiempo, hasta situarnos en los últimos años de construcción del majestuoso Dique. Ahora podía ver en vivo y en directo todo lo que mi papá contaba y a mí me aburría. En ese momento creía lo que muchas personas dicen: que la historia hay que vivirla para recordarla mejor, y de seguro esta vez sería así.

 

Una nueva luz, pero esta vez más intensa que la primera, iluminó la noche, y de repente, el paisaje volvió a cambiar. El hombre de seguridad levantó las barreras para permitirnos el ingreso, y pude ver las primeras estructuras de carpas cerca de las casas, el GPS prendido y mi celular sonando. Nadie en mi familia recuerda estos hechos, pero yo no olvidé ningún dato de la construcción del dique. La historia vivida me generó mucha curiosidad, y no sólo le pedí a mi papá que volviera a contarme sobre la construcción, sino que también gasté mis datos buscando en internet todo lo referente a esos años.

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