Relatos de Villegas (Parte II)

La cabaña

– Ese miércoles yo había estado toda la tarde talando árboles en el bosque que rodea a Villegas. Estaba tan enfocado que no me di cuenta que se había hecho muy tarde y las oscuras nubes de tormenta cubrían ya todo el cielo, así que decidí emprender mi viaje de regreso. Antes de dejar el bosque ya había oscurecido, apenas se podía ver el camino de regreso y, para colmo, empezó a llover, por lo que apreté el paso.

 La situación era desesperante, corría a toda velocidad para llegar lo antes posible a mi casa. En ese momento empecé a escuchar susurros en el bosque. No entendía lo que decían, pero pensé que eran parte de mi imaginación. Por suerte en ese momento avisté una pequeña cabaña a lo lejos y lo primero que pensé fue en refugiarme de la fuerte lluvia. Las luces estaban apagadas, toqué la puerta, pero no hubo respuesta, ahí fue cuando decidí entrar.

Cuando vi la cabaña por dentro me di cuenta que era más chica de lo que aparentaba ser por fuera: solo había cosas indispensables para vivir, lo que me llevó a suponer que allí vivía alguien bastante ermitaño, que odiaba tanto la sociedad como para separarse de ella. Mis ojos se posaron en los llamativos cuadros que estaban colgados en las paredes; había unos cuatro y todos eran de diferentes personas que miraban al frente, sonriendo, aunque lo más peculiar era que sus caras no parecían humanas, eran demasiado asimétricas como para serlo, me daba asco el solo mirarlas. Me llamaba mucho la atención que sus ojos brillaran con un tono rojizo muy realista; me hacían sentir observado… vigilado…

No quise sacarlos o darlos vuelta ya que sea de quien fuere la cabaña no le importaría que una persona haya entrado para refugiarse de la lluvia, pero creí que sí le molestaría que le moviesen o tocasen las cosas, así que me acosté en la suave cama para descansar un rato porque seguía agitado de larga corrida que había dado para llegar allí. Sin querer me quedé dormido. Cuando me levanté ya no llovía, en su lugar el sol brillaba con una claridad inmensa, de las que pocas veces se ve en Villegas. Junté mis cosas para irme, agarré mi hacha, y cuando estaba por tomar mi campera me percaté de que al lado de la mesita de luz había una nota, una que no había visto la noche anterior.

Al abrirla vi que tenía una palabra escrita: “CORRÉ”. Pensé que era una especie de broma que hizo el dueño por si alguien llegaba a entrar a su casa, así que no le di importancia y me dirigí a la puerta. Estaba a punto de cerrarla pero mi cuerpo y mente quedaron paralizados, ya que cuando miré las paredes con la claridad del día vi que no había cuadros, sino ventanas.

Desde entonces cada vez que voy al bosque a talar árboles veo ciertas sombras siguiéndome, escucho susurros que se camuflan con el viento diciéndome que me vaya de allí, amenazándome, afirmando que conocen mi secreto. Es por eso que cuando encontré el folleto en aquel poste de luz que está afuera de mi casa, con un número, diciendo que es solo para emergencias, no dudé en llamar.

En una habitación oscura -donde solo resaltan decenas de lucecitas parpadeantes, botones y palancas- que está al otro lado del pueblo, una silueta con una agradable voz masculina responde:

– En Villegas la policía no trabaja en el bosque, y menos con este tipo de situaciones.

– Ya no soporto esta sensación de estar siendo perseguido, observado, juzgado acorralado… no quiero estar alerta todo el tiempo temiendo que en el mínimo descuido alguien o algo me ataque.

– ¿Y qué va a hacer para evitarlo?

– Por favor, le pido que me ayude

Un golpe seco se escucha, se corta la llamada y hay treinta segundos de silencio.

–Bueno, parece que desafortunadamente no podremos saber más sobre esta aterradora historia, pero quédense hasta el próximo bloque “Un espejo endemoniado que mata a aquel que se refleje en él, ¿Superstición o maldición?”. Enseguida continuamos con “Amanecer Rojo”, 104.3, toda la noche, todas las noches.

Escribir comentario

Comentarios: 0