La satisfacción de ayudar

Briana Grahek, alumna del último año de la institución, tuvo la oportunidad de ausentarse unos días de su vida académica para ir a misionar a Añatuya, Santiago del Estero. En su relato se plasman los sentimientos que los misioneros apreciaron, mientras se abrían a experimentar una realidad opuesta a la nuestra ¡No podés perderte esta lectura!

Estrellas en la noche, despedidas en el camino

No es sencillo describir las emociones que se experimentan, sobretodo porque nunca las había apreciado en tal magnitud. Menos aún es factible reconocerlas, pues cada una de ellas converge entre sí en el sitio exacto donde ya no pueden diferenciarse.

Podría haber reído y llorado en un mismo instante. Creo que incluso lo hice. Tal vez fue por la tristeza; tal vez fue por la alegría. Pensándolo ahora, estoy casi segura de que puedo señalar culpables a ambas; mis ojos refulgían por el entusiasmo que me generaba estar allí, pero al mismo tiempo lo hacían por la melancolía causada por entender que no estaría por siempre.

De alguna forma, quizá todo derive en entender a esa mezcla de sentimientos como satisfacción por ayudar. Acaso no supe identificarla por el hecho de nunca haberla sentido realmente. O al menos, no hasta ese entonces: aquel momento en que advertí que un pequeño sonreía ante nuestra presencia.

Mirada simpática, risa contagiosa y gesto burlón, rápidamente enceguecidos por una pregunta que no sabíamos responder. Brotaban las palabras de sus labios, y con ilusión formulaban la incógnita de si volveríamos. Era una duda punzante, paralizante. No porque no conociéramos la respuesta, sino porque era dura decirla en voz alta. Tal vez no queríamos aceptar su certeza, tal vez no queríamos que ese niño lo hiciera.

Es difícil admitir que no se volverá, aunque lo es aún más despedirse cuando desde el principio sabés que eventualmente llegará el momento de hacerlo. En algunos segundos de silencio, me figuraba la manera adecuada de decir adiós. Incluso en esos instantes debía contener las lágrimas para evitar que la angustia me abatiera. Aunque procuraba hacerme la idea de que no tendría que sollozar el día que realmente tuviéramos que partir, fue inevitable responder a los sentimientos que me apresaban.

Los abracé antes de subir al micro y agitamos nuestras manos a la distancia. Cuando giré mi cabeza para verlos una última vez antes de que el micro avanzara, Yasmín Alejandra estrechaba un peluche que le habíamos dado. Espero que su recuerdo sobre nosotros permanezca en él, y al fin y al cabo no sea una verdadera despedida. Confío en que nosotros viviremos en sus memorias así como ellos vivirán en las nuestras. Confío, además, en que esos niños crecerán apreciando lo que pudimos darles, y en que no perderán jamás todo el amor que nos dieron.

 

Creo que ese amor fue el que iluminó las estrellas todas las noches que estuvimos allí. Eran despampanantes, y brillaron como nunca antes lo habíamos visto. Relumbraban por cada uno de ellos, y cada una de las sonrisas cálidas que nos dieron.

Briana Grahek, autora de “Estrellas en la noche, despedidas en el camino”

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