El rincón de las ideas

El alumno Andrés Beck, de 4°A, nos deleitó con dos escritos con los que no podemos dejar de reflexionar. Centrados en temáticas como el amor y los cambios, sus producciones literarias hacen énfasis en preguntas que todos alguna vez nos hicimos. ¡No te lo pierdas! 

Carta a Jane Wilde

¿Cómo sabemos cuándo estamos enamorados, siendo esta una experiencia tan subjetiva pero a la vez tan objetiva? ¿Cómo sabemos si es este un sentimiento pasajero o aquel monstruo cultural que definitivamente nos liga a la monogamia y al amor romántico? Es sin duda un dolor de cabeza para el científico promedio trazar la línea entre lo real y lo metafísico, pero, si tal línea existiera y fuera perfectamente tangible (tal vez en otra dimensión), el amor, esta idea controversial, se erguiría orgullosamente en el umbral entre lo que es y lo que no es.

Podremos un día pavonearnos frente a Bécquer, Poe, Victor Hugo y Dios sabe qué romanticista más, exclamando que el amor no existe y que las emociones son meramente un resultado de lo físico, de los procesos biológicos, hormonales de nuestro cuerpo y que, en consecuencia, es algo pasajero. Pero ellos no harían más que estallar en carcajadas y llamarnos soberbios, con un poco de razón, ya que la existencia del amor es una interrogante tan grande como las de la creación del universo. Tal como tratar de explicar lo que es el tiempo, citando al célebre San Agustín, al querer refutar el amor romántico muchos vemos nuestros argumentos desmoronarse rápidamente, ya que ¿quién no sintió cómo su mundo caía y volvía a levantarse al mismo tiempo mientras soñaba con el tacto humano de aquella persona? ¿Quién no ha sentido escalofríos tras ser estrechado en un abrazo sincero, culpa seguramente de la serotonina que a veces nuestro cerebro, como quien no quiere la cosa, libera tímidamente en pequeñas dosis? Hoy podré ser el científico más grande del mundo, pero si el día de mañana nadie me recuerda, nadie llora mi muerte, dime, amada mía, ¿quién soy sino una estrella entre millones, billones, trillones? ¿Qué soy sino un grano de arena en un desierto? Pero si el día de mañana me recuerdas y guardas mi foto estrechándola fuertemente junto a tu corazón, podré ser, para ti, una supernova, un lago en el Sahara y hasta el sol mismo, porque te aseguro que alumbraré cada mañana y decoraré cada una de tus noches si me piensas lo suficiente

Cuando dejamos de cambiar

Un día los átomos dejaron de moverse. Pararon de hacer reacciones químicas y también de unirse químicamente. Claro que lo que les cuento hoy, acá, no pasó tan de repente. Comenzó tal vez con el Livermorio, el Wolframio o, incluso, por qué no, el Berkelio. Los científicos en un principio quedaron fascinados y a su vez horrorizados, pero fueron sin embargo descartados por su propia comunidad ¿Cómo iban a dejar de moverse los átomos que conforman todo lo que somos y todo lo que es?

El desastre comenzó tiempo después. Empezaron a imitar esta conducta otros átomos que eran más vitales para el universo, como el oro, el plomo y, por último, el oxígeno y el hidrógeno.

¿Cómo fue esto para los humanos?  No podría decir si el proceso fue lento o rápido, ya que yo, que soy tan viejo como Cronos o Kairos, puedo sentir un millón de años como apenas un suspiro, y unos minutos como la misma eternidad que corre por la sangre de cada persona, llena de historias y sufrimiento. Lo que sí puedo contar con certeza es que fue doloroso. No de la clase de dolor que siente uno mientras observa cómo se va deshaciendo porque de repente las partículas que lo conforman van desapareciendo (ser siempre lo mismo es sin duda desaparecer), claramente eso era secundario. El problema fue la falta de transformación, el levantarse un día, desayunar e ir al trabajo. El despertar sin saber por qué vivo, el pensar siempre lo mismo. Eso era lo que dolía. Claro que antes de que los átomos se queden quietos, dormidos, monótonos, ocurría lo mismo, pero al menos se tenía la noción de la posibilidad de cambio, incluso de progreso. Sin embargo, ¿qué harías sabiendo que tal vez mañana no serás nada, sólo algo en lo que fue? Y ni siquiera eso,  porque lo que ya fue no va a ser, tanto si comprendemos al tiempo como otra dimensión o como la percepción humana, nada será.

Como decía, fue esa invariabilidad la que acabó por matar a la gente, porque es justamente la heterogeneidad de la vida humana misma lo que los hace vivos, lo que los diferencia del resto de los animales, porque pueden sonreír un día, mientras viajan en tren o durante un almuerzo solitario, al recordar que hoy no son como hace un año, y si pasan la mano por su piel notarán partículas de la misma deshaciéndose en el viento. Eso es magnífico, totalmente imposible de comprender, tanto por mí, que soy tan joven como Tánatos o Narayanan, los átomos y, a veces, los humanos mismos.

Andrés Beck, autor de “Carta a Jane Wilde” y “Cuando dejamos de cambiar”.

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Comentarios: 1
  • #1

    Sandra (domingo, 30 junio 2019 22:56)

    Guauu me quedé sin palabras...
    te felicito