Palabras Mágicas

En el Instituto Nuestra Señora de Loreto, durante el ciclo lectivo 2017, los alumnos de 5°A (actualmente 6°A) llevaron a cabo en el área de Literatura, en grupos, la creación de un cuento mágico-realista.

El realismo mágico se caracteriza por adoptar los rasgos del cuento realista, pero se diferencia por mostrar lo mágico que hay detrás de la realidad. Este movimiento es típico de Latinoamérica y los relatos suelen contener rituales y creencias propias del lugar en que se desarrolla la historia. Uno de sus mayores exponentes es Gabriel García Márquez y su novela Cien años de soledad.

Uno de los grupos se animó a participar y nos invitó a leer su cuento.

 

 

El Sortilegio

 

Este colectivo no viene más. Ya me estaba impacientando. Miré la hora, hace más o menos veinte minutos que lo estaba esperando. Éramos varios en la parada, algunos golpeteaban el pie contra el cemento, otros rezongaban, y otros insistían en mirar el reloj cada tres minutos. Al parecer lo invoqué, porque instantes después apareció el número veinticuatro en grande doblando la esquina.

El colectivo estaba lleno, pero me subí igual. Como si me fuera a quedar veinte minutos más. Le dije al colectivero mi boleto, ni me miró, y me preguntó hasta dónde iba el desconfiado. Hasta Villa del Parque, le dije, y me cobró el precio que le había pedido anteriormente. ¿Qué me vió? ¿Cara de chanta? Con esa cara de sufrido. Si no le gusta su trabajo no es problema de la gente. En eso vi que se liberó un asiento y rápidamente fui a sentarme. Suena el celular, un WhatsApp, mi novio.

“Y?????”

“Recién subo al colectivo” le contesté brevemente. Me siguió mandando mensajes, ni los miré.

En la parada siguiente se subió uno de esos tipos que venden estampitas, rosarios, medallitas por los colectivos, trenes, y subtes. Escuché el discurso de siempre como un murmullo a lo lejos. No voy a mentir: no me interesaba. Pero el señor se paró al lado mío, antes de que me dé la estampita le digo que no, que gracias. Dale me dice, son veinte pesitos no más. No, enserio, no quiero. Insistía el vendedor aún más. Uy qué rompebolas. No tenía ganas de lidiar con él, así que agarré la estampita que me dio y le pagué los santos veinte pesitos no más. Me sonrió hipócritamente y se retiró.

Iba a guardar la estampita en el bolsillo de la campera cuando noté lo rara que era. Era el manto de una virgen, todo trabajado, con bordados, había unos ángeles a sus pies, pero tenía la cabeza de una cabra. Donde debía de estar la cara de la Virgen estaba la cara de una cabra. Seguro es un culto raro de por ahí. Le resté importancia y seguí con mi viaje.

Llegué a la casa de Mariano. Le avisé que estaba en la puerta y enseguida bajó. Me recibió con un gran abrazo, no respondiste, me dijo, ya sé, le respondí. No era un reproche, él era así, era medio pesado. Uno creería que es un chico distante, con su ropa toda negra, una mirada que te congela, su metro noventa, y el sigilo de Baphomet colgando siempre en su cuello. A veces incluso los varones un tanto más chicos que él se cruzaban de vereda cuando lo veían.

Pasamos un rato ahí sin hacer mucho. Pusimos algo en Netflix, pero no estaba prestando atención a la película -o serie, ni sé lo que puso-, me comencé a sentir mal. Tenía un dolor de cabeza intenso y empecé a tener náuseas. Le dije que no me sentía bien y que quería volver a mi casa. Se enojó conmigo, porque él le había dicho que no a unos amigos que se iban a la quinta de la Colo para estar conmigo y al final ni eso. No me había quedado nada y ya me iba. Después dijo más cosas que no escuché. Y me fui.

Una vez en casa me dirigí derecho a mi cuarto. Alcancé a ver la silueta de mi mamá en el living pero ni la pude saludar, me sentí mal por ello porque siempre la saludo con un abrazo. Pero hoy no, hoy tenía mareos, náuseas, un dolor de cabeza tremendo y no tenía ganas de hablarle a nadie. Me encerré en mi cuarto, apagué la luz y me tiré en la cama. El celular sonó, era el tono de Mariano. Después no recuerdo nada más.

 

Escuché que golpeaban la puerta, no tenía fuerzas para responder. Sin embargo mamá abrió la puerta igual y prendió la luz. Es un alivio que estuviera debajo de las sábanas, pero igual la luz me cegó. Y cuando me obligó a destaparme ni podía abrir los ojos. Todo era como un show de luces de colores.

“Ay Dios Santo! Estás pálido como un papel ¿Te sentís bien?”, apoyó sus manos sobre mi frente.

Sí, maravillosamente. “No, ma”.

“No tenés fiebre, corazón. Contame qué te duele”.

Le conté lo que me pasaba y me acordé que tenía que rendir. Que era la última clase antes del parcial y que no entendía un montón de cosas. Entonces llamó a un médico que apareció a la media hora. El profesional me revisó y todo y me recetó Ibuprofeno. Once años de carrera para recetarme un Ibuprofeno. Un grande.

Los días pasaron y la situación empeoraba. Los médicos seguían recetando reposo e Ibuprofeno. Un día, entró la tía Lily y cuando me estaba por saludar le dice a mi madre “Esta criatura está re ojeada. Llamá ya a la curandera”.

Al día siguiente escuché a mi mamá hablando por teléfono, no sé, dijo, Doña Pola me dijo que lo habían ojeado con algo, con un objeto. No se escuchaba muy claro, pero mamá después de eso entró a mi cuarto y me preguntó si Mariano o los chicos me habían regalado cosas en los últimos días.

“Quizás uno de esos collares feos ¿No te regaló uno?”

Si hubiese tenido las fuerzas y las ganas le hubiese dicho que esos collares feos formaban parte de su religión y que eran símbolos muy respetados. Pero como no quería le dije que no.

Pasó el tiempo, y yo seguía en cama. Apenas podía comer. Quería dormir y no podía, o dormía, pero sentía que hace unos segundos había cerrado los ojos. Pensaba en la facu y en cómo iba a recuperar todo este tiempo, y si me iban a dejar tomar los parciales virtualmente, igual no sabía nada. La puerta se abrió y entraron dos figuras, una era mi mamá, pero a la otra no la conocía. Empezó a investigar mi cuarto, supuse que era la curandera, o una bruja, tenía pinta de ambas. Se quedó allí lo que pareció varias horas. Entonces agarró mi campera, iba a protestar porque estaba revisando los bolsillos, pero sacó la estampita con cara de cabra.

“Esta es” dijo victoriosamente. “Tiene que encontrar al que se la dio y devolvérsela”

Y ahí empezaron los quién te la dio, cuándo te la dio, dónde. Un vendedor de los de colectivo. En la línea veinticuatro. En los próximos días mamá salía con la estampa y se tomó todos los veinticuatros para ver quién era aquel vendedor.

 

 

***

 

La cacería fue infructífera. No pudieron encontrar a ese vendedor, y a su hijo lo tuvieron que internar. Tubos salían de su cuerpo como ramas. Temblaba con cada respiro, su piel se tornó blanca, sus ojos se hundieron, una fuerza que lo ataba a la camilla.

Semanas después dejó de temblar. Y por unos instantes solo se escuchó un pitido constante, invariable, ensordecedor.

La madre cayó en un círculo de depresión. Su hijo… Él era lo único que tenía. Entonces su hermana le ofreció mudarse, dejar esa casa llena de mala memorias e ir con ella. Aceptó.

Iba de camino a su casa en colectivo cuando alguien deja algo sobre su falda. Era una estampita, una virgen con cara de cabra.

 

Cornejo, Candela - Díaz, Lucía - Molnar, Sol - Rúa, Abril 6°A.

 

 

Candela Cornejo, Lucía Díaz, Sol Molnar y Abril Rúa de 6°A, autoras de este cuento, nos contaron que su idea era innovar este movimiento literario, de manera que se incorporaran los elementos típicos del realismo mágico del siglo XX, en la actualidad, otorgándole así una nueva forma.

 

 

 

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